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Creen que el asesinato del líder de Al Qaeda a diez años de los atentados a las torres, es una coartada para viabilizar el ajuste fiscal, retirar las tropas de Medio Oriente y reforzar la seguridad de los EE.UU. frente al descontento popular.
Como un cuento de Medio Oriente de Las mil y una noches en que la historia que aparece, en realidad encubre otras más profunda, y donde los buenos y malos, feos y bellos, se diferencian y se combinan, el Obama bueno mató al Osama malo.
En su discurso, el presidente de los EEUU y Premio Nobel de la Paz, recientemente reafirmado como estadounidense y cristiano frente a los cuestionamientos de su oposición, habría anunciado que terminó con el terrorista musulmán más peligroso, y que por tanto ahora “el mundo es más seguro”. Pero recurrentemente la historia muestra paradojas, y lo que fuera presentado como una gran victoria, en realidad pareciera ser que sólo supura fracaso. La muerte de Bin Laden generó numerosos debates sobre la perspectiva futura de las relaciones internacionales económicas y políticas.
Por un lado, el líder de Al Qaeda comenzó su carrera al ser designado por la propia CIA y Arabia Saudita, como coordinador de los yihadistas islámicos que venían de distintos países del Medio Oriente a combatir el comunismo en Afganistán durante los años ochenta, luego de la invasión de la URSS a este país. Pero el surgimiento de Bin Laden en términos de su función en la política internacional parece fundirse, también, con su propia muerte. La tapa de la revista The Economist, reconocido semanario británico de orientación liberal, se titula sobre una foto del líder árabe con la frase “Now, kill his dreams” (“Ahora, matar sus sueños”). Peligrosa sugerencia, teniendo en cuenta la actual rebelión en los países árabes y la cuestionada intervención de la Otan en la región.
El encarecimiento del petróleo y lo que el FMI aduce como riesgos geopolíticos que peligran la estabilidad financiera mundial a partir de las revueltas, mostraría a la muerte de Bin Laden más bien como un manotazo de ahogado frente a la opresiva crisis económica y política que domina a las principales potencias del mundo. No son pocos los que remarcan que la muerte de Osama es el fin de alguien ya muerto, no sólo en lo que respecta a su rol en la propia organización de Al Qaeda, sino esencialmente en cuanto a su rol en el actual conflicto de los países árabes que es escenario de la situación política y económica internacional, y que por su parte es en sí mismo resultado y expresión de la crisis mundial. De aquí que su muerte pueda tener la función específica de ser emblema de fuerza y sometimiento al levantamiento popular.
El anuncio del retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán por el presidente Obama, que hace unos años ya fuera proyectado para el año 2011, podría haber encontrado con la muerte de Bin Laden el respaldo político necesario para ser llevado a cabo.
Según datos del Center of Budget and Policy Priorities (CBPP), el gasto público de ese país alcanzó en el año 2010 el 24% de su PBI, lo que conllevó a un nuevo endeudamiento fiscal de 1,3 billones de dólares para ese año. Uno de los rubros más importantes del presupuesto público, con el 20% del total, corresponde a Defensa y Seguridad, que en 2010 alcanzó los 705 mil millones de dólares. En esta partida se incluye la Operación Contingente en el Extranjero, correspondientes a Irak y Afganistán, que asciende a los 170 mil millones de dólares, más del 24% del presupuesto total de Defensa.
Un mundo más seguro sobre la base de la tortura, la represión a la protesta social y el bombardeo a los países árabes, pareciera ser la paz necesaria para que la crisis se desarrolle sin obstáculos.
Fuente: Tiempo Argentino
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